CADA ACCIÓN REQUIERE
UNA ENERGÍA
Por: Ouspensky
Gurdjeff nos dijo:
“Queremos hacer, pero
en todo lo que hacemos estamos atados y limitados por la cantidad de energía
producida por nuestro organismo.
Cada función, cada
estado, cada acción, cada pensamiento, cada emoción, requiere una energía, una
sustancia bien precisa.
Llegamos a la
conclusión de que tenemos que recordarnos a nosotros mismos.
Pero solamente
podemos recordarnos a nosotros mismos si tenemos en nosotros la energía
indispensable para el recuerdo de sí.
No podemos estudiar,
comprender ni sentir nada, sin tener la energía que se requiere para esta
comprensión, este sentimiento o este estudio.
¿Qué ha de hacer un
hombre entonces, cuando comienza a darse cuenta de que no tiene la suficiente
energía para alcanzar las metas que se ha propuesto?
La respuesta a esta
pregunta es que cada hombre normal tiene bastante energía para comenzar el trabajo sobre sí.
Sólo es menester que
con miras a un trabajo útil aprenda a economizar la energía de la cual dispone,
y que la mayor parte del tiempo disipa por completo.
La energía se gasta
sobre todo en emociones inútiles y desagradables, en la espera ansiosa de cosas
desagradables, posibles o imposibles, en malos humores, en prisas inútiles,
nerviosismo, irritabilidad, imaginación, ensueño y así sucesivamente.
La energía se
desperdicia en el trabajo equivocado de los centros; en la tensión inútil de
los músculos fuera de toda proporción con el trabajo realizado; en la perpetua
habladuría que absorbe una enorme cantidad de energía; en el interés que
dedicamos sin cesar a las cosas que ocurren a nuestro alrededor o a las
personas con las cuales no tenemos nada que hacer y que no merecen ni una
mirada; en el constante desperdicio de la fuerza de atención; etc., etc....
Al comenzar a luchar
contra todos estos hábitos, un hombre ahorra una enorme cantidad de energía, y
con la ayuda de esta energía puede emprender fácilmente el trabajo del estudio
de si y del perfeccionamiento de sí.
Más adelante, sin
embargo, el problema se vuelve más difícil.
Un hombre que ya ha
balanceado su máquina hasta cierto punto comprobado por sí mismo que produce
mucho más energía de la que esperaba, llega a la conclusión, no obstante, de
que ésta no es suficiente, y que debe aumentar la producción si quiere
continuar su trabajo.
El estudio del
funcionamiento del organismo humano muestra que esto es ciertamente posible.
El organismo humano
es comparable a una fábrica de productos químicos donde todo ha sido previsto
para un muy alto rendimiento.
Pero en las
condiciones ordinarias de la vida nunca alcanza su máxima capacidad, porque
sólo usa una pequeña parte de su maquinaria y ésta no produce sino lo que es
indispensable para su propia existencia.
Hacer trabajar una
fábrica de esta manera es evidentemente antieconómico en el más alto grado.
Por lo tanto, la
fábrica con toda su maquinaria, todas sus instalaciones perfeccionadas, de
hecho no produce nada, ya que no llega a mantener sino su propia existencia, y
aún esto con dificultad.
El trabajo de la
fábrica consiste en transformar una clase de materia en otra, es decir, desde
el punto de vista cósmico las sustancias más groseras en sustancias más finas.
La fábrica recibe del
mundo exterior, como materia prima, una cantidad de hidrógenos groseros, y su
trabajo consiste en transformarlos en hidrógenos más finos, por medio de toda
una serie de complicados procesos alquímicos.
Pero en las
condiciones ordinarias de la vida, en la fábrica humana es insuficiente la
producción de los hidrógenos más finos que nos interesan especialmente desde el
punto de vista de la posibilidad de estados superiores de conciencia, y desde
el punto de vista del trabajo de los centros superiores; y todos estos
hidrógenos más finos se malgastan sin provecho para mantener la existencia de
la fábrica misma.
Si pudiéramos
aumentar la producción de la fábrica a su más alto nivel de rendimiento
posible, podríamos entonces comenzar a ahorrar los hidrógenos finos.
Entonces la totalidad
del cuerpo, todos los tejidos, todas las células, se saturarían de estos
hidrógenos finos que gradualmente se fijarían en ellos, cristalizándose de una
cierta manera.
Esta cristalización
de los hidrógenos finos llevaría poco a poco al organismo entero hasta un nivel
más alto, hasta los planos más elevados del ser.
Pero esto nunca puede
suceder en las condiciones ordinarias de la vida, porque la fábrica gasta todo
lo que produce.
Aprended a separar lo
sutil de lo grosero — este principio de la Tabla de Esmeralda se refiere al
trabajo de la fábrica humana, y si un hombre aprende a separar lo sutil de lo
grosero, es decir, a llevar la producción de hidrógenos finos a su más alto
nivel posible, por este mismo hecho creará para sí mismo la posibilidad de un
crecimiento interior que no puede ser asegurado por ningún otro medio”.
Ouspensky
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