domingo, 18 de octubre de 2015

YO NO ME CONOZCO

YO NO ME CONOZCO
Por: jeanne de salzmann

¿Quién soy yo?

Necesito saberlo.

Si no lo se, ¿qué sentido tiene mi vida?

¿Quién va a responder en mí a la vida?

Entonces, debo tratar de responder.

Mi cabeza trata de responder.

Me aporta sugerencias sobre lo que soy: un ser humano que puede esto, que ha hecho eso, que posee aquello.

Ofrece posibilidades de todo lo que conoce.

Pero ella no me conoce, no conoce lo que soy en este momento.

Y mi sentimiento ¿puede responder?

Entre los centros es el quien podría responder mejor, pero no está libre.

Está al servicio del que quiere ser el más fuerte, el más grande, el más poderoso y que sufre todo el tiempo por no ser el primero.

Entonces no se atreve, tiene miedo, duda. ¿Cómo puede saber?

Ciertamente hay una sensación, la sensación de mi cuerpo.

Pero mi cuerpo ¿soy yo?

De hecho, no me conozco.

No se lo que soy.

No conozco ni mis posibilidades ni mis limitaciones.

Existo y, sin embargo, no sé como existo.

Creo afirmar mi propia existencia y dirigirla en una dirección determinada.

Pero respondo a la vida emocional o intelectual o físicamente.

Nunca soy yo quien responde.

Creo que yo puedo hacer, cuando en realidad «soy accionado», movido por fuerzas de las que nada se.

Todo pasa en mí.

Todo sucede.

Los hilos son halados sin que me de cuenta.

No veo que soy como una marioneta, como una máquina puesta en movimiento por fuerzas exteriores.

Al mismo tiempo, veo que mi vida transcurre como si fuera la vida de otro.

Veo que me agito, espero, me lamento, tengo miedo, me aburro, sin que me sienta participar en ello.

La mayor parte del tiempo me doy cuenta a posteriori de que soy yo quien ha hecho esto o ha dicho aquello.

Actué antes de darme cuenta de ello.

Es como si mi vida se desenvolviese sin que yo participe conscientemente de ello.

Se desenvuelve mientras yo estoy dormido.

De vez en cuando, los sobresaltos o los choques me despiertan por un instante.

En medio de una rabia, o de un dolor o de un peligro, abro los ojos: «fíjate: soy yo, aquí, en esta situación, viviendo esto!», pero después del choque me vuelvo a dormir y puede pasar mucho tiempo hasta que un nuevo choque me despierte.

Comienzo a sospechar que no soy el que creía ser.

Soy un ser dormido.

Un ser que no tiene conciencia de sí mismo.

En ese estado de sumo, confundo el intelecto, el pensamiento que funciona independientemente de la emoción, con la inteligencia que incluye la capacidad de sentir lo que uno razona.

Mis funciones —mi pensamiento, mis emociones y mis movimientos— trabajan sin dirección, a merced de los choques accidentales y las costumbres.

Es el estado de ser más bajo en el que pueda encontrarse el hombre.

Vivo en mi mundo estrecho, subjetivo, limitado, dirigido por mis asociaciones, que vienen de todas mis impresiones subjetivas.

Es mi cárcel, a la que siempre vuelvo.

La búsqueda del yo empieza con «¿dónde estoy?»

Debo sentir la ausencia habitual del yo.

Debo conocer la sensación de vacío, de mentira, que afirma siempre una imagen de mí mismo: el falso yo.

Uno tiene la costumbre de decir «yo» sin creer realmente en ello.

De hecho, no hay nada más en lo que uno pueda creer.

El querer ser me empuja a decir «yo».

Está detrás de todas mis manifestaciones.

Pero no es consciente.

Habitualmente busco la convicción de mí Presencia en la actitud de los demás hacia mí.

Si me niegan, dudo de mí.

Si me aceptan, creo en mí.

Me pregunto si soy realmente esa imagen que afirmo.

¿No hay un Yo real que pueda estar presente?

Necesito una experiencia directa del conocimiento de mí mismo.

Primero tengo que ver los obstáculos que se interponen como una pantalla.

Necesito ver que creo en mi mente, mi pensamiento.

Creo que eso soy yo.

Quiero saber, he leído, he escuchado.

Todo eso es la expresión de mi yo ordinario, de mi ego.

Eso me impide abrirme a la conciencia, ver «lo que es» y lo que «yo soy».

Mi esfuerzo no puede ser impuesto.

Uno tiene miedo del vacio, miedo de no ser nada.

Entonces, uno se esfuerza por ser diferente.

Pero ese esfuerzo ¿quién lo hace?

Debo ver que también eso viene del yo ordinario.

Toda imposición viene del ego. ¿Podría yo no seguir siendo engañado por la imagen o el ideal impuesto por el pensamiento?

Necesito aceptar el vacío, aceptar no ser nada, aceptar «lo que es».

Es en ese estado donde aparece la posibilidad de una nueva percepción.

jeanne de salzmann













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